Tarkovsky según Kurosawa

Este artículo se publicó originalmente en el diario Asahi Shinbun, el 13 de mayo de 1977.

TARKOVSKY Y SOLARIS
Por Akira Kurosawa

Vi por primera vez a Tarkovsky cuando asistí a un almuerzo de bienvenida en mi honor en el estudio de cine Mosfilm, durante mi primera visita a la Rusia soviética. Él era pequeño y delgado, parecía un poco frágil y, al mismo tiempo, excepcionalmente inteligente y extraordinariamente sagaz y sensible. Pensé que, en cierta forma, se parecía a Toru Takemitsu, pero no sé por qué. Luego se disculpó y dijo: “Todavía tengo trabajo que hacer”, y desapareció. Después de un rato, oí una gran explosión que hizo que todas las ventanas de cristal del comedor temblaran con fuerza. Al verme sorprendido, el presidente de Mosfilm dijo con una sonrisa significativa: “No es otra Guerra Mundial ni nada parecido. Tarkovsky acaba de lanzar un cohete. Este trabajo con Tarkovsky, sin embargo, se ha convertido en una gran guerra para mí”. Así fue como descubrí que Tarkovsky estaba filmando Solaris.

Después de la fiesta y el almuerzo, visité el set de Solaris. Allá estaba. Vi un cohete quemado, en la esquina del set de la estación espacial. Si hay algo que lamento, es que olvidé preguntarle cómo había filmado el lanzamiento del cohete en el set. El set de la base satelital era algo hermoso de admirar, y seguro costoso en términos de fabricación, porque estaba confeccionado totalmente con duraluminio de gran espesor.
Brillaba con luz plateada fría y metálica, y percibí rayos de luz de color rojo, azul y verde que delicadamente guiñaban o se movían en vaivén desde las bombillas eléctricas colocadas sobre los equipos ahí dispuestos. Y por encima del techo del pasillo había dos carriles de duraluminio de los cuales colgaba una pequeña rueda de una cámara que podía moverse libremente dentro de la base satelital.


Tarkovsky me guio por el set y me explicó todo con la misma alegría de un niño con una oportunidad única de mostrarle a alguien su caja de juguetes favoritos. Bondarchuk, que vino conmigo, le preguntó sobre el costo del set y se quedó con los ojos bien abiertos cuando Tarkovsky le contestó. El costo era así de grande: alrededor de 600 millones de yenes. Bondarchuk, que dirigió ese gran espectáculo cinematográfico titulado “La Guerra y la Paz”, se quedó asombrado. 


Ahora entiendo por qué el presidente de Mosfilm dijo que todo eso representaba “una gran guerra” para él. Pero se necesita un enorme talento y esfuerzo para aceptar tan enorme costo. Pensé: “Esta es una labor tremenda”, y miré de cerca a su espalda cuando él me llevaba por todo el set con mucho entusiasmo.

En lo que respecta a Solaris, hay mucha gente que se queja porque es una película demasiado larga, pero yo no lo creo. En particular, ellos consideran demasiado larga la descripción de la naturaleza en las escenas introductorias, pero estas capas de la memoria respecto de la despedida de la naturaleza terrenal se sumergen profundamente en la base de la historia después de que el personaje principal ha sido enviado en un cohete a la base de la estación satelital en el universo, y casi torturan el alma del espectador como una especie de irresistible nostalgia por la naturaleza  de la madre tierra, que se asemeja a la añoranza del hogar. Sin la presencia de hermosas secuencias de la naturaleza en la tierra como una larga introducción, no se podría lograr que el público conciba directamente la sensación de ‘no tener salida’ que albergan los individuos “encarcelados” dentro de la base satelital.

Vi esta película por primera vez a altas horas de la noche en una sala para presentaciones preliminares de Moscú, y pronto sentí que mi corazón estaba adolorido y sumido en agonía con el deseo de regresar a la tierra lo más rápido posible. Hemos podido disfrutar de un maravilloso progreso científico últimamente, pero ¿adónde va a conducir a la humanidad a fin de cuentas? Ese sentimiento de puro temor es lo que la película logra despertar en nuestra alma. Sin ello, una película de ciencia ficción no sería nada más que una insignificante fantasía.
Estos pensamientos iban y venían mientras yo miraba la pantalla. 
Tarkovsky estaba conmigo en aquel momento. Él estaba en la esquina de la sala. Cuando la película terminó, se puso de pie, y me miró de forma retraída. Yo le dije: “Muy buena. Me hace sentir miedo de verdad”. Tarkovsky sonrió con timidez, pero feliz. Y brindamos con vodka en el restaurante del Instituto de Cine. Tarkovsky, que no solía beber, tomó mucho vodka aquella noche, tanto que en un momento apagó el parlante desde el cual la música llegaba como flotando hasta el restaurante, y comenzó a cantar el tema del samurái que aparece en "Los siete samuráis" con toda la fuerza de su voz. Y, como si se tratase de una competición, decidí unirme y acompañarlo. Porque en ese momento me sentí muy feliz de estar viviendo en la Tierra.

Solaris hace que el espectador sienta eso, y eso solo ya alcanza para demostrarnos que no es una película de ciencia ficción común y corriente. Realmente provoca, de alguna manera, horror puro en nuestras almas, y está ligado por completo a las percepciones profundas de Tarkovsky. 
Debe haber muchas, muchas cosas todavía desconocidas para la humanidad en este mundo: el abismo del cosmos que un hombre tuvo que contemplar, los extraños visitantes en la base satelital, el tiempo que corre en sentido inverso, de la muerte a la vida, la sensación inexplicablemente conmovedora de la levitación, o el hogar presente en la mente del personaje principal, todo húmedo y empapado con agua. Creo que el sudor y las lágrimas se desprenden de la agonía desgarradora que padece todo su ser. Y lo que nos hace temblar es el plano de Akasaka-Mitsuke, en Tokio, Japón. Con un hábil uso de espejos, convirtió las olas de faros y luces de autos, amplificadas y multiplicadas, en una imagen antigua de la ciudad futurística. Cada plano de Solaris es testimonio de los prácticamente deslumbrantes talentos inherentes de Tarkovsky.

Muchas personas se quejan de que las películas de Tarkovsky son difíciles, pero yo no lo creo. Sus películas sólo demuestran la extraordinaria sensibilidad de Tarkovsky. Después de Solaris, él hizo una película titulada El espejo, la cual entra en diálogo con los preciados recuerdos de su infancia, y mucha gente dice de nuevo que es inquietantemente difícil de asimilar. Sí, a primera vista, parecería no tener un desarrollo narrativo racional, pero tenemos que recordar lo siguiente: dentro del alma, es imposible que nuestros recuerdos de la infancia sigan el orden de una secuencia lógica y estática.

Una extraña concatenación de fragmentos de las primeras imágenes registradas por nuestra memoria, destrozada y en pedazos, puede evocar la poesía en nuestra infancia. Una vez que estés convencido de su veracidad, quizá verás que El espejo es una película muy fácil de entender. Pero Tarkovsky permanece en silencio, y jamás dice cosas de este estilo en absoluto. Su actitud me hace creer que existen posibilidades maravillosas en su futuro.

No puede haber un futuro brillante para quienes están dispuestos a explicarlo todo acerca de su propia película.

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